Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas
El cambio
climático es una obviedad, no se puede discutir, es incontestable [aunque no
faltan algunos desubicados negacionistas]. Esto nos exige una forma de vida
diferente, austera y audaz al mismo tiempo. Cada uno de nosotros no puede
resolver el problema, pero sí podemos ayudar con nuestro estilo de vida. La
alegría cristiana debe ayudarnos también a proponer este modelo más acorde con
la casa común.
© Manolo Berjón, 2012
Ya hace tres
años de la publicación de la encíclica ‘Laudato Si’. Entre otras muchas cosas el Papa Francisco abogaba en esta encíclica
por un cambio de modelo energético. En el contexto amazónico en el que
vivimos es perentorio. Sin este cambio de la matriz energética los pueblos indígenas
achuar, kichwa del Napo, Tigre y Pastaza, urarina, kukama, omurano, taushiro…
continuarán recibiendo la contaminación de los lotes petroleros 192 y 8. Por
eso es tan importante exigir ese cambio
de modelo energético.
Ahora bien,
siendo la ‘casa común’ una poderosa metáfora, no es igual para todos los
pueblos. La casa grecorromana, donde celebraban la eucaristía los primeros
cristianos, transmite unos determinados valores: proyección de la casa en la
ciudad. Lo mismo podemos decir de un departamento en Manhattan: el
individualismo occidental que trata de aislarse del mundo, aunque con la
entrada de internet es difícil separar lo íntimo, de lo privado y de lo público.
El iglú de los inuit del ártico, donde una tarea fundamental es aislarse del
frío polar en invierno. Nuestra nota versará sobre algunos datos de la casa de
los kukama, un pueblo indígena amazónico que habita fundamentalmente los cursos
bajos de los ríos Huallaga, Marañon y Ucayali en el departamento de Loreto, en
Perú.
Pues bien, para
los kukama, siendo importante, no deja de ser secundaria. La utilizan para
comer, descansar y guardar algunas herramientas valiosas como puede ser la
escopeta, los machetes, las ollas… De todas formas, cuando las mujeres entran
en la casa de su vecina suelen entrar hasta la cocina. Hasta hace un par de
décadas, las casas no estaban compartimentadas, aunque poco a poco se ha ido
imponiendo. Inicialmente las paredes externas, más tarde la división en
habitaciones, primero una para los padres y otra para los hijos, o una para los
padres, otra para los hijos varones y otra para las hijas mujeres. Al día de
hoy muchas casas ofrecen una habitación por cada hijo/a mayor.
La división
entre lo público y lo privado también es diferente. Es común que todos los
miembros de la comunidad sepan lo que come cada una de las familias, y los
utensilios que poseen: televisor, video, focos eléctricos… Evidentemente,
también poseen una parte privada, pero es mucho más reducida que para los
occidentales. Para los antiguos kukama, la casa llega hasta el cielo. De hecho,
el techo de la casa de los kukama toca el estantillo del cielo. En la parte
alta del techo se coloca una viga, que se considera que es la purahua, boa
gigante. Tradicionalmente los kukama consideran que habitan dentro de la
purahua.
Aunque pasan
gran parte de la vida fuera de la casa, en espacios de trabajo (chacra, zonas
de pesca o caza…) o espacios públicos (campo de fútbol, calle…), la casa
continúa siendo un lugar importante. Cuando una persona es atacada en la
asamblea comunal por algún problema en la comunidad, siempre puede ‘atrincherarse’
en su casa. Sin permiso del dueño nadie puede entrar en la casa, es sentido como
una violación. Ni el juez de paz se atreve a entrar en casa ajena. Por otro
lado, cuando hay algo que conversar de importancia con una persona se le suele
invitar a la casa para mantener la conversación. Se le recibirá en el medio de
la sala, el corazón de la casa, se colocarán dos sillas y se conversará con
tranquilidad.
Los kukama, como
muchos otros pueblos amazónicos, consideran que el mundo ‘se está maleando’,
volviéndose malo. El ruido, la contaminación, el desorden… hace que el mundo se
voltee: los seres que estamos en la tierra pasamos debajo del agua y los que
habitan debajo del agua suben a la tierra. De esta manera surge una nueva
humanidad, que con el tiempo se volverá a corromper y de nuevo se producirá un
cataclismo que vuelva a recuperar el orden, para de nuevo perderlo y así
sucesivamente.
En este sentido,
los programas de reforestación, de
conservación de recursos naturales… forman parte de preocupaciones ajenas a los
kukama. El cambio climático es una manifestación de que ‘el mundo está maleado’,
de un fin próximo que conlleva un nuevo nacimiento. Si para los occidentales el
cambio climático pasa por tomar acciones políticas, para los kukama se vertebra
en torno a propuestas ontológicas. De ahí que la ‘Laudato Si’, siendo una
encíclica interesante para los occidentales, carece en su mayor parte de valor
para los pueblos indígenas.
La ‘Laudato Si’
se mueve en el terreno del cristianismo, de la espiritualidad, de la ética y de
la política occidentales. Da por hecho una
ontología naturalista, con apertura a la trascendencia. Mientras que los kukama, y otros indígenas
amazónicos, se mueven en una ontología animista. Es esta diferencia
ontológica la que genera incomunicación. Pero hay más, sino tenemos suficiente cuidado la ontología naturalista occidental
puede imponerse a las ontologías animistas amazónicas, consolidando la
colonialidad. De ahí que sea tan importante y necesario cuestionar la colonialidad del saber, del
poder, del lenguaje y de la metafísica [en lugar de metafísica en la selva se prefiere hablar de “giro
ontológico”].
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