lunes, 14 de enero de 2019

BENDICIONES

Iquitos, enero 2019

Todos necesitamos la bendición de Dios. Pero la bendición de Dios, siendo gratuita, es exigente: nos compromete a vivir como Jesús nos enseñó. De nada vale echar agua a un local donde se extorsione a la gente, o donde las coimas abunden. De nada vale bendecir una calle, cuando el conjunto de las calles de Iquitos son conocidas más por los huecos que las perforan. Pensemos en la sangría económica y afectiva que suponen los accidentes, muertes incluidas, los desperfectos en las movilidades… por el lamentable estado de las pistas.



Los latinos utilizaban la palabra “benedicere”, de donde proviene “bendecir”: “bien decir”. Bendecir, por tanto, implica hablar bien, hablar bonito. Cuando se pronuncia la palabra “bendecir” o “bendición” dentro de una oración, con el rociado de agua bendita, estamos “haciendo cosas”: solicitar la protección y la compañía de Dios. Por tanto, la misma pronunciación de las palabras crean situaciones nuevas. De ahí que sea tan importante hablar bien. Lejos de pronunciar maldiciones, debemos pedir la benevolencia y bondad de Dios.

Es frecuente escuchar expresiones como “bendiciones”, “que Dios te bendiga”, “bendecidos por el Señor”, y otras similares. Estando de acuerdo con estas expresiones no dejamos de tener en cuenta su complemento: “bendecir” implica “buenas prácticas”. Pero añadimos un nuevo matiz. Vivimos en un mundo poblado de espíritus: plantas, casas, fotografías de nuestros seres queridos difuntos… tienen espíritu. Todo tiene espíritu en la selva.

Hay espíritus buenos y malos. Por eso necesitamos protección contra los malos espíritus. De ahí que muchas familias soliciten la bendición de sus casas y locales. O la bendición de una persona. Podríamos resumirlo en una palabra: animismo. Animismo viene de ‘anima’ que significa alma, espíritu; todo tiene espíritu. Esto es una preciosa herencia de los pueblos indígenas.

Y de nuevo regresamos a las prácticas. Si hemos heredado de los pueblos indígenas que todo tiene espíritu, entonces por qué los discriminamos. En Iquitos es evidente la discriminación. Lamentablemente todos participamos en ella. El color más oscuro de la piel, los apellidos indígenas, los lugares donde habitamos… Expresiones como ‘masatero’, ‘cholo’, ‘fariñero’… se convierten en una brutal humillación. El insulto es una ofensa a Dios, para quienes somos cristianos, y una terrible ofensa a la fraternidad. Cabe recordar que el insulto a una mujer, por ser mujer, es una práctica contra nuestra propia humanidad. O con la letra de una canción de hace ya unos años: “cada vez que me dices ‘puta’ tu cerebro se hace más pequeño”.

Pero volvamos a la bendición. Recibir la “bendición de Dios” es un regalo de Dios que nos da fuerza. No es una fuerza bruta, oprimente. Es una fuerza “ajustada” para defender los derechos, “persuasiva”, “convincente”, que Dios nos da para que pongamos nuestros dones al servicio del bien común. En estos tiempos de corrupción sistémica solicitar a Dios su bendición implica rezar por el respeto irrestricto al bien común y comprometer nuestra vida en la consecución del mismo, por encima de intereses particulares, privados y espurios.

Hay quien piensa que la bendición de Dios es riqueza, y los pobres serían el reflejo de la falta de bendición divina: “teología de la prosperidad”. No opina así san Agustín, siguiendo al gran Job, que fue el primero en la Biblia que cuestiona esto. “El nombre del Señor no podía ser bendecido en la riqueza y maldecido en la miseria. Lejos de mi este modo de pensar. Todo esto decía Job lleno de riquezas interiores. Había perdido toda su casa, pero su corazón estaba lleno. Había perdido la casa, el oro, pero su corazón estaba repleto. Dios estaba presente en él en lugar de todos aquellos bienes que le había concedido antes” (San Agustín, Sermón 15 A, 6). Dejemos que Dios habite en nuestras vidas.

Y, para concluir, recordar que en octubre de 2019 se llevará a cabo en Roma el sínodo panamazónico: una reunión de todos los obispos de la panamazonía con el papa Francisco para delinear las prácticas de los cristianos en este espacio privilegiado que es la panamazonía. Que Dios les bendiga a todos ustedes, especialmente a los pueblos indígenas, y a los indígenas que habitan en la ciudad. Feliz año 2019.

Post Data: Felicitamos a las dos personas que el 13 de enero 2019 solicitaron el ingreso en la Fraternidad Agustiniana Nuestra Señora de la Consolación de Iquitos.

P. Miguel Angel Cadenas
Vicario Regional de los Agustinos de Iquitos

viernes, 4 de enero de 2019

ROGER, o el dolor de los humildes en el tránsito hacia el año 2019

Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas

Roger tenía seis meses y lo conocimos en el ataúd. Habíamos ido a otro velorio, para rezar, en uno de esos lugares donde se refugia el hacinamiento, la desnutrición y la violencia, en la ciudad de Iquitos. Uno de esos barrios donde acostumbramos a hacer chocolatadas, pero una vez pasada la Navidad olvidamos de nuevo. El día anterior habíamos rezado en la misma calle a un hombre que habían asesinado, probablemente para robarle, según nos contó un sobrino. En dos días tres velorios en la misma calle.



Una calle donde faltan recursos: espacio para jugar, colegios, postas médicas... Era ya tarde y no pasaba ningún motocarro para regresar a casa. Así que nos pusimos a caminar en la noche. De repente una mujer nos llama. Nos volteamos. Nos solicita rezar por un niño. ¿Qué ha pasado? Es un bebé de 6 meses, ha tenido neumonía. A media noche le llevaron al hospital, no le atendieron. Al día siguiente a medio día estaba falleciendo. “No le atendieron por falta de personal”, eso nos comentó su mamá con lágrimas en los ojos y voz entrecortada.

Es lamentable que tenga que morir un bebé de 6 meses. Y siendo lamentable, puede ser leído también como un síntoma. Esto señala la falacia del crecimiento económico, que no se nota en Loreto. Puede ser cierto que no hubiera personal suficiente en el hospital, lo cual apunta hacia la precariedad de nuestro sistema sanitario. Lo cierto es que nos deshumanizamos, no sentimos el dolor ajeno, sobre todo si es de la gente pobre y humilde.

La casa donde estaban velando a Roger es de madera, con techo bajo de calamina y piso de tierra. Como tantas casas de gente humilde que permanecen en la ciudad para que sus hijos salgan adelante. La calle está asfaltada [con huecos, por supuesto], pero contigua a otras de tierra o directamente inundables.

Rezamos, y nos acompañan algunos familiares en los rezos. La madre tiene a una niña en brazos, arropándola en un gesto de ternura. A mitad de la oración la madre se echa a llorar, el padre la abraza y se sobreponen al dolor. Un gesto de ternura en medio del sufrimiento. Finalizamos la oración y al concluir la última canción la madre nos pide que bendigamos a la niña que tiene en brazos. Le imponemos las manos a la niña y a la madre. Y pedimos la bendición de Dios para esta familia.

Escribimos esto porque Roger no es noticia. No será llorado más allá de sus familiares directos, aunque refleja muchas situaciones en la ciudad. Una familia de clase media, con mayores recursos, hubiera salvado a su hijo. De lo contrario, habría presión para que algún responsable dimitiera [incluido el ministro de salud]. Pero la falta de recursos, económicos y simbólicos [manejarse dentro de un hospital], los rasgos indígenas y el “saber que así es la vida”, porque no hay oportunidades, se conjuraron para finalizar en la muerte.

Cuando faltan recursos los primeros en padecerlos son los pobres [utilizamos la expresión “pobres”, que no nos gusta por ser demasiado genérica, aunque preferiríamos utilizar la palabra “indígena”, pero seguramente la familia, huyendo de la discriminación brutal, no se identifique como tal].

Ir al hospital es tomar una opción por un sistema sanitario [occidentalizado y occidentalizante], en detrimento de otros sistemas sanitarios [chamanismo]. El manejo del tiempo es crucial. Las familias deciden cuándo, en qué momento, acuden a un sistema o a otro. En este sentido, las familias utilizan ambos sistemas como complementarios. Pero si llega la muerte, como en este caso, se dispara la culpabilidad. ¿Hemos tomado la mejor opción?

Hay otro rasgo que merece ser tenido en cuenta. ¿Realmente se puede dejar morir a un niño en un hospital por falta de personal sanitario? Es difícil de creer. Acá está otro rasgo definitorio de la colonialidad. Somos independientes, pero la economía y el poder está en manos, y al servicio, de los de siempre. Se sigue privilegiando a los que tienen piel más blanca [o menos indígena, como prefieran], mayores grados de instrucción [que no educación] y saben manejarse mejor en los pasillos de un hospital.

¿Dónde se entierra a un niño de familia humilde? Por la carretera Iquitos-Nauta. Enterrar a un difunto es demasiado caro. Las familias humildes tienen que poner mucha distancia con sus muertos porque no pueden pagar un lugar donde enterrarle. Por mientras nuestros políticos solicitan bendición. Nosotros recordamos la necesidad de “buenas prácticas” como condición ineludible para recibir la bendición, sobre todo a quienes dicen servir a la población.

“El alma de Roger y de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén”.

[Y, por mientras, aquí en la tierra, que tengamos un corazón de carne y seamos sensibles al padecimiento injusto, además de buscar transformar esta dura realidad].