martes, 7 de agosto de 2018

EN TIEMPOS NEOLIBERALES PARA LA IGLESIA. Notas sobre el sínodo panamazónico


Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas


El liberalismo, ese del libre mercado y las políticas que conlleva, necesitaba que todos fuéramos “iguales”, en el sentido de homogéneos. Los pueblos indígenas presentaban un retraso en la modernidad, se trataba de ponerlos a punto. Al menos que se convirtieran en mestizos. El mestizaje como una línea que va desde lo indígena a lo occidental. De ahí que los programas de educación fueran tan importantes. Eso sí, una educación estatal que configuraba a todos por igual y marcaba como un lastre las culturas indígenas. En la Iglesia también nos vimos avasallados por la ideología. Pero, un momento, no es que los anteriores cayeran en la trampa de la ideología, también nos sucede a nosotros; por si acaso, estamos avisados. Pues bien, durante los s. XIX y XX se construyeron internados para que los indígenas aprendieran las lenguas nacionales y algunas técnicas más para que, olvidándose del mundo indígena, se comportaran como “ciudadanos”. Esto también incluía el derecho a la salud, pero una salud occidental que inocula el “individuo occidental”. Muchos frailes y monjas dedicaron sus vidas a tareas sanitarias. Ahí está el excelente trabajo de los promotores de salud apoyados por la iglesia. No todo es negativo, también debemos estar orgullosos de este trabajo que ha supuesto algunas mejoras en la salud (vacunas…). Ahora bien, necesitamos seguir aprendiendo de los sistemas de salud indígena, donde entre otras cosas, la persona no es un “individuo” aislado, como en la cultura occidental, sino una “red de relaciones”. La salud no es únicamente un asunto del individuo sino del grupo, de la comunidad en sentido amplio: incluidos los espíritus. El chamanismo es un sistema de relación.

© Foto: Leonardo Tello. Cristo Crucificado de la Parroquia San Felipe y Santiago de Nauta


Pero ese tiempo del liberalismo es cosa del pasado. El siguiente estadio es el neoliberalismo, en el que estamos inmersos. Ya no se trata de negar la diferencia, como en la etapa anterior. Al contrario, hay que rescatarla, darle cabida, sobre todo desde el punto de vista estético, sin molestar al capital. Es el tiempo de la educación bilingüe (e intercultural) y de la salud (intercultural). Colocamos intercultural entre paréntesis porque deja mucho que desear. Esta etapa coincide con el multiculturalismo: todas las culturas son buenas y adecuadas en su propio seno, liberando de trabas (“sociales”) al capital. Se huye de la igualdad y se fomenta la “diversidad”. Ahora de lo que se trata es de los territorios.

Mientras el proyecto liberal pasaba por la homogenización de las conciencias históricas de los individuos y precisaba de los trabajos de la medicina, la biología, la antropología, la criminología…, el proyecto neoliberal pone toda su fuerza en la economía como relación social y como disciplina incuestionable. La expansión del mercado es compatible con el multiculturalismo y los proyectos estatales de interculturalidad.

Pongamos algunos ejemplos. Las petroleras hacen todo lo posible por llevarse bien con los pueblos indígenas. Si tienen que implementar algunas políticas educativas, no tienen inconveniente en hacerlo, siempre en connivencia y solapando el trabajo que le corresponde al Estado. Pueden apoyar incluso procesos bilingües (e interculturales), dejando clara su pretensión exclusiva de “hacer su trabajo” (desastres medioambientales y desestructuración indígena de por medio). A las petroleras les interesa la “paz social”, siempre y cuando los territorios indígenas puedan ser lugares de extracción de recursos naturales. Es tal la voracidad del capitalismo que prácticamente los “bienes de la creación” (que algunos denominan con una expresión que no compartimos: “recursos naturales”) son esquilmados, con poco respeto al medio ambiente, y suele coincidir con territorios indígenas.

La hidrovía amazónica es un megaproyecto que implica dragar algunos puntos de los ríos para que puedan navegar grandes barcos. Se trata de abrir la ruta Brasil, a través de la Amazonía, con la costa peruana y de acá fundamentalmente a China. En el proceso de consulta a los pueblos indígenas consiguieron que 4 sabios estuvieran presentes en todo el proceso de consulta. Eso no es problema para el Estado peruano, lo aceptó con agrado. Ponen un colorido multicultural que es apropiado para el Estado. Ahora bien, los términos en los que se consulta y las decisiones que se toman son exclusivamente desde el punto de vista occidental. La folklorización y estetización de los pueblos indígenas es favorable al neoliberalismo siempre y cuando los territorios indígenas queden abiertos a las propuestas neoliberales, es decir, en manos del capital.

Son dos los principios que el neoliberalismo necesita: los “territorios” delimitados con GPS, que no corresponden a la territorialidad indígena poblada de espíritus y relaciones; y, la “individuación”. En procesos que comienzan con el documento nacional de identidad (DNI) que fosiliza un nombre. Muchos pueblos indígenas amazónicos cambian de nombre con frecuencia, el DNI utiliza una identificación occidental, olvidando otras formas de identificación indígena[1]. Desde acá fluyen los créditos. Estos son posibles cuando una persona se convierte en “individuo” y puede enajenar bienes personales: ahí están los créditos bancarios o en proyectos de desarrollo, incluidas las propuestas de algunas ONGs.

Sin embargo, para la Iglesia no es suficiente con hacer buenos análisis. Se precisa de propuestas. Al menos es conveniente que nos inspiremos en nuestra propia tradición. Pablo se refiere a Jesús como “Señor”. Al día de hoy esta designación se nos pasa desapercibida. Sin embargo, es una respuesta cristológica de Pablo a la situación que se vivía. El emperador se denominaba “el Señor”, y pretendía exclusividad, en una tendencia hacia la divinización. Pablo acota: “el único Señor es Jesucristo, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 11), “si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás” (Rom 10, 9). Es decir, Pablo, con esta acuñación cristológica está respondiendo nada menos que a la tendencia a la divinización del emperador. Y lo tiene claro: el único Señor es Jesucristo, nadie más. Pues bien, la etapa de neoliberalismo que estamos viviendo no debe ser únicamente para hacer buenas descripciones e interpretaciones, ni siquiera para proponer cuestiones éticas, debe ser un desafío a la propia cristología: ¿quién es Jesús para las comunidades cristianas amazónicas en medio de un proceso neoliberal?

P.D.: Para el tema del liberalismo y neoliberalismo estamos en deuda con Marisol De la Cadena, una antropóloga peruana, especialista en el Ande, afincada en Estados Unidos. Para el tema de Jesús como “Señor”, nuestra gratitud con David Alvarez, un biblista que da clases en el Estudio Teológico de Valladolid (España), amigo y connovicio de uno de nosotros.