miércoles, 4 de julio de 2018

¿MIEDO AL CUERPO? Notas sobre el sínodo panamazónico

Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas


El documento preparatorio para el sínodo panamazónico es fluido y se lee bien. Nos llama la poca atención prestada al cuerpo. Es sintomático este olvido del cuerpo. La sociología y antropología actual le dan una significación fundamental. En concreto, en la amazonía, el cuerpo es el gran tema por excelencia. Por eso nos parece más difícil de comprender su ausencia. Es conocida la importancia del ‘Cuerpo de Cristo’ en los escritos de San Pablo y en los padres de la iglesia. Incluso, ‘cuerpo de Cristo’ se utiliza para fundamentar los diversos ministerios en 1Cor. Teniendo en cuenta la importancia de los ministerios en el documento preparatorio, nos parece increíble este olvido. Esto se completa con la preferencia por ‘Pueblo de Dios’. No parece que utilizando una única imagen bíblica para la iglesia se haga una propuesta más acertada para la diversidad amazónica.

© Manolo Berjón, 2015.

La palabra cuerpo aparece una sola vez en el documento, en las notas sobre diversidad socio-cultural, en la primera parte del ver. Hablando de “la pobreza que ha sido producida” se dice literalmente que “representa una herida profunda en los cuerpos de los diversos pueblos amazónicos”. Nos parece que esta frase debería haber sido más ampliada. Es como si se pretendiera olvidarse del cuerpo, pero no hubiera sido posible y apareciera esta única frase. Esto, a nuestro parecer es fruto de un documento hecho a varias manos donde se ha privilegiado el consenso más allá de las diferentes perspectivas.

Un término vinculado al cuerpo que sí aparece es “sangre”. Aparece en dos ocasiones en la misma frase, en la dimensión sacramental, en la segunda parte sobre el discernir. La sangre, en primer término, se refiere a los mártires, “que ha sido derramada, bañando las tierras amazónicas por el bien de sus habitantes y del territorio”. Esta defensa de los habitantes y del territorio nos parece muy oportuna. Es una defensa que se paga con la sangre: tantos indígenas asesinados por defender sus territorios y tantos misioneros como Dorothy Stang, por poner un único ejemplo. Esta sangre de los mártires se une a la Sangre de Cristo, “derramada por todos y por toda la creación”. Nos llama positivamente este último entrecomillado porque en la última reforma litúrgica de la eucaristía se evita expresamente el “por todos”, apostando más bien “por muchos”, como se recoge acá en el documento del sínodo. Pero va más allá: “por toda la creación”, evitando de esta forma el excesivo antropocentrismo. Más allá de las posibles referencias a la Laudato Si, la encíclia medioambiental de Francisco, nos parece importante por la conexión de la eucaristía con el cosmos.

Esta imagen del cuerpo hubiera dado posibilidad de hablar del territorio como un “cuerpo extendido”. La diversidad de miembros del cuerpo es una imagen adecuada para hablar de los ministerios, como nos recuerda San Pablo, pero también de la diversidad en la iglesia y al interior de los mismos pueblos indígenas. Marcar los cuerpos nos daría la posibilidad de tener en cuenta los rituales, incluido el bautismo y la eucaristía con términos más apropiados a las prácticas indígenas. Porque no se trata, a nuestro parecer, únicamente de que puedan celebrar la eucaristía aquellas comunidades donde no hay sacerdote, que esto debe ser prioritario, sino también de preguntarnos cómo celebramos la eucaristía las comunidades que sí cuentan con algún sacerdote.

La mayoría del clero, del que formamos parte, habita en las ciudades, privilegiando la eucaristía en estos espacios. Si tenemos en cuenta que en las ciudades se establecen los funcionarios estatales que, en muchas ocasiones, desconociendo las dinámicas indígenas y territoriales, se sitúan al lado del capital nos encontramos celebrando la eucaristía sin conciencia del sufrimiento que produce esta política en las poblaciones indígenas. A este propósito es necesario acudir a San Pablo (1Cor 11) y su crítica a los ricos que se emborrachan mientras los pobres no pueden comer, una crítica dura, por cierto, toda vez que de lo que se habla es de la eucaristía.

“Cuerpo de Cristo” se refiere tanto a la iglesia como a la eucaristía. En la comunión recibimos el “Cuerpo de Cristo”, la eucaristía, para que nos convirtamos en “Cuerpo de Cristo”, la iglesia. Un Cuerpo de Cristo que tiene en cuenta, incluso, a los PIAV (pueblos indígenas en aislamiento voluntario) donde la prevalencia del capital impacta en sus territorios y en sus carnes.

Una nota más para ir concluyendo. Citar la eucaristía implica, al menos, dos datos de interés: con quién se come (comensalidad) y qué se come. La eucaristía, el comer-con, genera fraternidad. Los pueblos indígenas buscan una fraternidad que pueda sortear la afinidad (los enemigos): de ahí la importancia de denominarse “hermanos”. Pero una fraternidad que es siempre frágil, inconstante, esquiva. Una fraternidad que, en términos cristianos, podríamos decir que comenzando en la tierra, es escatológica. Se puede ver el tema de las divisiones en 1Cor. Segundo, comer es algo más que nutrirse, implica también incorporar las cualidades de esa comida. Comer una carne conlleva incorporar las cualidades de ese animal. Pues bien, en la eucaristía comemos al propio Jesucristo. De esta manera las cualidades de Jesucristo nos habitan y nos permiten vivir cómo El nos enseñó. En fin, nuestra intención es apuntar temas que deben ser desarrollados con mayor amplitud y que deseamos que el sínodo tenga en cuenta.

Por eso no nos explicamos este olvido del cuerpo. Unos cuerpos situados espacial y temporalmente que permitirían que la eucaristía no se quede en una acción ritual sin más, sino que plasme la vivencia del cristianismo en estas selvas amazónicas.

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