Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas
El documento preparatorio para el
sínodo panamazónico es fluido y se lee bien. Nos llama la poca atención
prestada al cuerpo. Es sintomático este olvido del cuerpo. La sociología y
antropología actual le dan una significación fundamental. En concreto, en la
amazonía, el cuerpo es el gran tema por excelencia. Por eso nos parece más
difícil de comprender su ausencia. Es conocida la importancia del ‘Cuerpo de
Cristo’ en los escritos de San Pablo y en los padres de la iglesia. Incluso,
‘cuerpo de Cristo’ se utiliza para fundamentar los diversos ministerios en
1Cor. Teniendo en cuenta la importancia de los ministerios en el documento
preparatorio, nos parece increíble este olvido. Esto se completa con la
preferencia por ‘Pueblo de Dios’. No parece que utilizando una única imagen
bíblica para la iglesia se haga una propuesta más acertada para la diversidad
amazónica.
© Manolo Berjón, 2015.
La palabra cuerpo aparece una
sola vez en el documento, en las notas sobre diversidad socio-cultural, en la
primera parte del ver. Hablando de “la pobreza que ha sido producida” se dice
literalmente que “representa una herida profunda en los cuerpos de los diversos
pueblos amazónicos”. Nos parece que esta frase debería haber sido más ampliada.
Es como si se pretendiera olvidarse del cuerpo, pero no hubiera sido posible y
apareciera esta única frase. Esto, a nuestro parecer es fruto de un documento
hecho a varias manos donde se ha privilegiado el consenso más allá de las
diferentes perspectivas.
Un término vinculado al cuerpo
que sí aparece es “sangre”. Aparece en dos ocasiones en la misma frase, en la
dimensión sacramental, en la segunda parte sobre el discernir. La sangre, en
primer término, se refiere a los mártires, “que ha sido derramada, bañando las
tierras amazónicas por el bien de sus habitantes y del territorio”. Esta
defensa de los habitantes y del territorio nos parece muy oportuna. Es una
defensa que se paga con la sangre: tantos indígenas asesinados por defender sus
territorios y tantos misioneros como Dorothy Stang, por poner un único ejemplo.
Esta sangre de los mártires se une a la Sangre de Cristo, “derramada por todos
y por toda la creación”. Nos llama positivamente este último entrecomillado
porque en la última reforma litúrgica de la eucaristía se evita expresamente el
“por todos”, apostando más bien “por muchos”, como se recoge acá en el
documento del sínodo. Pero va más allá: “por toda la creación”, evitando de
esta forma el excesivo antropocentrismo. Más allá de las posibles referencias a
la Laudato Si, la encíclia medioambiental de Francisco, nos parece importante por
la conexión de la eucaristía con el cosmos.
Esta imagen del cuerpo hubiera
dado posibilidad de hablar del territorio como un “cuerpo extendido”. La
diversidad de miembros del cuerpo es una imagen adecuada para hablar de los
ministerios, como nos recuerda San Pablo, pero también de la diversidad en la
iglesia y al interior de los mismos pueblos indígenas. Marcar los cuerpos nos
daría la posibilidad de tener en cuenta los rituales, incluido el bautismo y la
eucaristía con términos más apropiados a las prácticas indígenas. Porque no se
trata, a nuestro parecer, únicamente de que puedan celebrar la eucaristía
aquellas comunidades donde no hay sacerdote, que esto debe ser prioritario,
sino también de preguntarnos cómo celebramos la eucaristía las comunidades que
sí cuentan con algún sacerdote.
La mayoría del clero, del que
formamos parte, habita en las ciudades, privilegiando la eucaristía en estos
espacios. Si tenemos en cuenta que en las ciudades se establecen los
funcionarios estatales que, en muchas ocasiones, desconociendo las dinámicas
indígenas y territoriales, se sitúan al lado del capital nos encontramos
celebrando la eucaristía sin conciencia del sufrimiento que produce esta
política en las poblaciones indígenas. A este propósito es necesario acudir a
San Pablo (1Cor 11) y su crítica a los ricos que se emborrachan mientras los pobres
no pueden comer, una crítica dura, por cierto, toda vez que de lo que se habla
es de la eucaristía.
“Cuerpo de Cristo” se refiere
tanto a la iglesia como a la eucaristía. En la comunión recibimos el “Cuerpo de
Cristo”, la eucaristía, para que nos convirtamos en “Cuerpo de Cristo”, la
iglesia. Un Cuerpo de Cristo que tiene en cuenta, incluso, a los PIAV (pueblos
indígenas en aislamiento voluntario) donde la prevalencia del capital impacta
en sus territorios y en sus carnes.
Una nota más para ir concluyendo.
Citar la eucaristía implica, al menos, dos datos de interés: con quién se come
(comensalidad) y qué se come. La eucaristía, el comer-con, genera fraternidad.
Los pueblos indígenas buscan una fraternidad que pueda sortear la afinidad (los
enemigos): de ahí la importancia de denominarse “hermanos”. Pero una
fraternidad que es siempre frágil, inconstante, esquiva. Una fraternidad que,
en términos cristianos, podríamos decir que comenzando en la tierra, es
escatológica. Se puede ver el tema de las divisiones en 1Cor. Segundo, comer es
algo más que nutrirse, implica también incorporar las cualidades de esa comida.
Comer una carne conlleva incorporar las cualidades de ese animal. Pues bien, en
la eucaristía comemos al propio Jesucristo. De esta manera las cualidades de
Jesucristo nos habitan y nos permiten vivir cómo El nos enseñó. En fin, nuestra
intención es apuntar temas que deben ser desarrollados con mayor amplitud y que
deseamos que el sínodo tenga en cuenta.
Por eso no nos explicamos este
olvido del cuerpo. Unos cuerpos situados espacial y temporalmente que
permitirían que la eucaristía no se quede en una acción ritual sin más, sino
que plasme la vivencia del cristianismo en estas selvas amazónicas.
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