Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas
Roger tenía seis meses y lo conocimos
en el ataúd. Habíamos ido a otro velorio, para rezar, en uno de esos lugares
donde se refugia el hacinamiento, la desnutrición y la violencia, en la ciudad
de Iquitos. Uno de esos barrios donde acostumbramos a hacer chocolatadas, pero
una vez pasada la Navidad olvidamos de nuevo. El día anterior habíamos rezado
en la misma calle a un hombre que habían asesinado, probablemente para robarle,
según nos contó un sobrino. En dos días tres velorios en la misma calle.
Una calle donde faltan recursos: espacio
para jugar, colegios, postas médicas... Era ya tarde y no pasaba ningún motocarro
para regresar a casa. Así que nos pusimos a caminar en la noche. De repente una
mujer nos llama. Nos volteamos. Nos solicita rezar por un niño. ¿Qué ha pasado?
Es un bebé de 6 meses, ha tenido neumonía. A media noche le llevaron al
hospital, no le atendieron. Al día siguiente a medio día estaba falleciendo. “No
le atendieron por falta de personal”, eso nos comentó su mamá con lágrimas en
los ojos y voz entrecortada.
Es lamentable que tenga que morir
un bebé de 6 meses. Y siendo lamentable, puede ser leído también como un síntoma.
Esto señala la falacia del crecimiento económico, que no se nota en Loreto. Puede
ser cierto que no hubiera personal suficiente en el hospital, lo cual apunta
hacia la precariedad de nuestro sistema sanitario. Lo cierto es que nos
deshumanizamos, no sentimos el dolor ajeno, sobre todo si es de la gente pobre
y humilde.
La casa donde estaban velando a Roger
es de madera, con techo bajo de calamina y piso de tierra. Como tantas casas de
gente humilde que permanecen en la ciudad para que sus hijos salgan adelante. La
calle está asfaltada [con huecos, por supuesto], pero contigua a otras de
tierra o directamente inundables.
Rezamos, y nos acompañan algunos
familiares en los rezos. La madre tiene a una niña en brazos, arropándola en un
gesto de ternura. A mitad de la oración la madre se echa a llorar, el padre la
abraza y se sobreponen al dolor. Un gesto de ternura en medio del sufrimiento. Finalizamos
la oración y al concluir la última canción la madre nos pide que bendigamos a
la niña que tiene en brazos. Le imponemos las manos a la niña y a la madre. Y
pedimos la bendición de Dios para esta familia.
Escribimos esto porque Roger no
es noticia. No será llorado más allá de sus familiares directos, aunque refleja
muchas situaciones en la ciudad. Una familia de clase media, con mayores recursos,
hubiera salvado a su hijo. De lo contrario, habría presión para que algún
responsable dimitiera [incluido el ministro de salud]. Pero la falta de
recursos, económicos y simbólicos [manejarse dentro de un hospital], los rasgos
indígenas y el “saber que así es la vida”, porque no hay oportunidades, se
conjuraron para finalizar en la muerte.
Cuando faltan recursos los
primeros en padecerlos son los pobres [utilizamos la expresión “pobres”, que no
nos gusta por ser demasiado genérica, aunque preferiríamos utilizar la palabra “indígena”,
pero seguramente la familia, huyendo de la discriminación brutal, no se
identifique como tal].
Ir al hospital es tomar una
opción por un sistema sanitario [occidentalizado y occidentalizante], en
detrimento de otros sistemas sanitarios [chamanismo]. El manejo del tiempo es
crucial. Las familias deciden cuándo, en qué momento, acuden a un sistema o a
otro. En este sentido, las familias utilizan ambos sistemas como
complementarios. Pero si llega la muerte, como en este caso, se dispara la
culpabilidad. ¿Hemos tomado la mejor opción?
Hay otro rasgo que merece ser
tenido en cuenta. ¿Realmente se puede dejar morir a un niño en un hospital por
falta de personal sanitario? Es difícil de creer. Acá está otro rasgo
definitorio de la colonialidad. Somos independientes, pero la economía y el
poder está en manos, y al servicio, de los de siempre. Se sigue privilegiando a
los que tienen piel más blanca [o menos indígena, como prefieran], mayores grados
de instrucción [que no educación] y saben manejarse mejor en los pasillos de un
hospital.
¿Dónde se entierra a un niño de
familia humilde? Por la carretera Iquitos-Nauta. Enterrar a un difunto es
demasiado caro. Las familias humildes tienen que poner mucha distancia con sus
muertos porque no pueden pagar un lugar donde enterrarle. Por mientras nuestros
políticos solicitan bendición. Nosotros recordamos la necesidad de “buenas
prácticas” como condición ineludible para recibir la bendición, sobre todo a
quienes dicen servir a la población.
“El alma de Roger y de todos los
fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén”.
[Y, por mientras, aquí en la
tierra, que tengamos un corazón de carne y seamos sensibles al padecimiento injusto,
además de buscar transformar esta dura realidad].
Roger tenía 6 meses y murió en Loreto porque no lo atendieron en el hospital. "No había personal sanitario" dice la mamá ¿a quién le importan su muerte?, ¿a la flamante ministra de salud? Una nota del padre Manolo Berjón que rezó en su sepelio @Minsa_Peru
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