miércoles, 7 de noviembre de 2018

LA EUCARISTÍA (II). Notas sobre el sínodo panamazónico



Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas

Es importante que las comunidades cristianas puedan acceder a la eucaristía. Para ello se precisa de planteamientos atrevidos. Pero, en esta nota, vamos a partir de los lugares donde ya se celebra la eucaristía: centros poblados donde hay presencia de algún sacerdote y las ciudades. No es baladí la paradoja siguiente: un maderero, petrolero… puede explotar una comunidad indígena y, cuando llega a la ciudad, comulgar en su parroquia.



La manera occidental de comprender la danza sugiere una expresión cultural más. Sin embargo, para los amazónicos la danza está inserta en un mundo animista, lo que le proporciona un asentamiento vital diferente. Para los que tengan reticencia a lo que estamos diciendo les pedimos que contemplen las catedrales e iglesias europeas anteriores a Trento y se sorprenderán con la cantidad de sirenas, faunos y demás seres mitológicos. Fue Trento quien suprimió toda esta simbología. No se trata de introducir elementos en la liturgia con un afán snob, sino de permitir que los cuerpos cristianos manifiesten el gozo y su ser cristiano con su propia manera de comprender la vida. Nosotros lo percibimos como una conversación con las culturas locales. Un ejemplo puede aclarar nuestra posición: en el pueblo kukama prácticamente se han perdido las danzas tradicionales. Sin embargo, las “veladas tradicionales” [se coloca un santo católico delante y la gente se pasa la noche danzando] es uno de los pocos espacios que ha supuesto un nicho ecológico para estas danzas, con sus músicas típicas. Es un espacio laical que la jerarquía eclesiástica permite y donde se recrean las cosmologías y el animismo relacional indígena. A nosotros nos parece que estas danzas en las veladas tradicionales son espacios de resistencia y creación indígenas.

La danza es un espacio de expresión corporal más allá de lo discursivo, algo esencial en la liturgia. No se trata únicamente de introducir danzas en las eucaristías, por ejemplo, en la procesión de ofrendas. En nuestra opinión, no sería suficiente. Proponemos, más bien, pensar los elementos de la danza en la misma eucaristía: los cuerpos en movimiento, el tiempo que incluye el ritmo, la energía, el espacio. Eso permitiría ir más allá de la celebración de la liturgia latina donde el cuerpo recibe un tratamiento más sosegado, buscando una interioridad [los cuerpos amazónicos se construyen desde la exterioridad], unos cuerpos más formando una masa que personas en movimiento… En fin, lo dejamos como sugerencia: pensar la liturgia desde los elementos de las danzas indígenas.

Los occidentales tendemos a enfatizar el discurso, empobreciendo de este modo la liturgia. Las celebraciones habitualmente son realizadas en la lengua nacional. La asamblea responde, pero suele tener un rol más bien pasivo. El idioma es otro asunto importante. En cada ciudad todos comprenden el idioma nacional y mayoritariamente tienen estos idiomas nacionales como lengua materna. Pero, incluso en estas circunstancias no es fácil establecer la comunicación. La gramática que está detrás de los predicadores y de la asamblea generalmente no coinciden. Los predicadores suelen tener gramáticas nacionales en sus cabezas (es lo que aprendemos en los seminarios, entre otros lugares) y la asamblea suele tener gramáticas indígenas, o una gramática nacional impregnada de gramáticas indígenas. Los idiomas indígenas, en nuestra opinión, continúan vertebrando las vidas de las personas, más allá de que estas mismas personas ya no comprendan los idiomas indígenas. Pero no solo la gramática, también el animismo. Las ontologías de las lenguas nacionales suelen ser esencialistas, mientras que las ontologías indígenas son más bien transformativas. Un ejemplo: la conversión para un occidental implica un cambio de mentalidad (el alma, de alguna manera), mientras que para un indígena primeramente se produce en el cuerpo: cambio de ropa…

En las asambleas litúrgicas el presidente suele dirigir la palabra, la homilía, a una masa anónima, mientras la comunicación indígena es más personalista. Esto implica que no llegamos al corazón. La unidireccionalidad del discurso revela la desigualdad y la distancia entre el predicador y los feligreses. Algo que choca contra la forma indígena de relación. Los ejemplos de los predicadores, y nos incluimos, suelen estar tomados de mundos diferentes al amazónico, lo cual dificulta la comprensión del mensaje.

En todo este proceso, los ministerios son clave. El acceso de los indígenas a los misterios conlleva un cambio radical en la comprensión de la misma iglesia. Sin embargo, no nos parece suficiente. Es posible incorporar a los indígenas a los ministerios y no producirse un verdadero cambio en el modo de comprensión de la iglesia. La “iglesia con rostro amazónico” y “rostro indígena”, siendo bellas expresiones, pueden ocultar un problema de “colonialidad de poder”. Las poliontologías indígenas deben entrar de lleno en la iglesia. La “colonialidad del saber”, inoculada en los seminarios, puede entorpecer una iglesia plural con características indígenas más allá de la pura estética. No se trata del rostro, sino del corazón. Aunque el rostro “puede ser” el reflejo del corazón.

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