miércoles, 19 de septiembre de 2018

LA EUCARISTÍA (I). Notas sobre el sínodo panamazónico

Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas


La eucaristía es el eje vertebrador de la Iglesia. Esta es la conciencia de la Iglesia desde sus propios orígenes. Los ritos como el bautismo y la eucaristía formaron las primeras comunidades cristianas, y continúan, al día de hoy, constituyéndolas. La ausencia de la eucaristía en las comunidades supone un claro revés en la conciencia de la Iglesia. Es un grave error supeditar la celebración de la eucaristía a varones célibes. En este sentido, abrir la posibilidad que las comunidades más alejadas puedan celebrar la eucaristía es una gran alegría, del que nosotros también nos congratulamos. La eucaristía es, pues, uno de los grandes articuladores del Documento Preparatorio del Sínodo Panamazónico. Junto a la eucaristía aparecen los ministerios como una forma de su concretización.

© Parroquia Inmaculada - Iquitos, octubre 2018


Sin duda, que las comunidades puedan celebrar la eucaristía es un asunto complejo que debe ser ahondado con toda libertad. La configuración histórica actual es precisamente eso: histórica. No siempre fue así. Las comunidades neotestamentarias celebraban la eucaristía y habitualmente la presidía el dueño de la casa donde se celebraba, que fungía como presidente. En ocasiones también podían ceder la presidencia de la eucaristía a los misioneros itinerantes que los visitaban. No faltaban problemas, en ocasiones algún presidente de asamblea, que era dueño de la casa, negaba que un itinerante presidiera la eucaristía, como aparece en 3 Jn.

Con ser un gran avance, no nos parece suficiente. Es más, consideramos que puede estar desenfocando el verdadero problema. En nuestra opinión, no solo las comunidades más alejadas deben ser atendidas con la celebración de la eucaristía, sino que también debemos preguntarnos cómo estamos participando nosotros en aquellos lugares donde ya se celebra. Es decir, de nuevo aparece el rol de las ciudades. Nos parece conveniente señalarlo por dos motivos: en primer lugar, porque en las ciudades habitan los representantes del Estado y de las empresas que trabajan en los territorios indígenas. Muchos no ven incompatible celebrar la eucaristía y esquilmar los territorios indígenas. Otros ni siquiera les parece estar arruinando estos territorios con contaminación, deforestación y el resto de males conocidos. Esta conciencia del territorio amazónico nos parece que no está clara en la Iglesia. Celebramos la eucaristía sin generar cambios en nuestras formas de vida. Igual nos da celebrar en la periferia de la ciudad que en el centro, sin tener en cuenta que los cuerpos de la periferia y del centro están conectados por relaciones de poder, económicos, culturales… Otro tanto puede ser dicho de la relación ciudad-comunidades del río. De esta forma nos relacionamos en un esquema denominado de “colonialidad del poder”. Segundo, si en la amazonía el tema principal es el cuerpo, entonces nos parece que litúrgicamente también es importante tener en cuenta este aspecto.

Las eucaristías, tal como las conocemos ahora y dada la arquitectura de nuestros templos, se celebran mirando todos hacia el altar, dándose los cristianos la espalda unos a otros. Esto contrasta con las formas indígenas de ocupar el espacio en una asamblea. Lo habitual en el pueblo kukama es colocarse todos alrededor de la pared, [dejando el centro vacío para danzar] permitiendo que todas las personas puedan verse cuando toman la palabra. Este estar todos colocados de frente al altar, dándose la espalda unos a otros, fomenta la “masa anónima”. En lo que sigue nos estamos refiriendo a las ciudades. Cuando los cristianos acuden a la iglesia habitualmente conocen a algunos vecinos, pero en general no se conoce toda la “masa anónima” que está participando en la celebración. Es más, pasa a ser una persona dentro de un grupo, un número más. Al anonimato propio de la ciudad la iglesia puede ofrecer relaciones personales en comunidades pequeñas [hay que alejarse de la idea de comunidad del mundo rural que no es apta para el mundo urbano]. En la ciudad son más importantes las conexiones de unos con otros. Privilegiar el espacio que se habita, homogeneizándolo, implica no atender a las verdaderas necesidades de las personas. Celebramos la eucaristía en zonas sin agua potable y desagüe como si fuera lo normal. Y no es normal, puede ser habitual, pero no se puede convertir en la norma. Pareciera que [la mal llamada] “doctrina social de la iglesia” no tuviera nada que ver con nuestra pastoral].

Por propia experiencia, cuando los predicadores nos dirigimos a la “masa anónima” lo hacemos de forma impersonal, al grupo. Esto choca con los sistemas de comunicación indígenas que son personales. Damos por hecho que una gran parte de las personas que habitan las ciudades comparten las cosmologías indígenas o son indígenas. Siempre hay predicadores que se adaptan mejor a las circunstancias, pero el ambiente de masa no favorece. Como esquema, después dependerá mucho de cada presidente, la celebración católica es hierática. Ciertamente, hay diversas posturas y gestos: de pie, sentado, de rodillas, golpes de pecho (que habitualmente son omitidos por cantar el “ten piedad”), la paz, caminar para recibir la comunión, recibirla… Pero en general, suele haber poco contacto de unos con otros. Y, sobre todo, en silencio. En la selva el silencio no es comprensible. La gente prefiere cantar a guardar silencio. Y la asamblea tiene un papel más bien receptivo, en ocasiones deslizándose hacia la apatía. En el rito congoleño o zaireño se recoge la danza como un elemento litúrgico más. La danza será un elemento a partir del cual pensar en el siguiente post.

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