Iquitos, 8 de mayo de 2017
Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas
Un viaje rutinario en el ómnibus. Sube un señor, pasados los 40 años, y comienza su discurso: “Ahora no hay trabajo, pero no le podemos responsabilizar a Meléndez [gobernador de Loreto] ni a Kuczynski [presidente actual del Perú][1], por eso tengo que subir a los ómnibus para hacer algo para el día”… “Yo antes me dedicaba a la droga”. Y continúa su discurso para terminar vendiendo unos caramelos. Nada extraordinario.
La primera responsabilidad es
personal, eso no es discutible. Lo que nos sucede a cada uno en primer lugar es
responsabilidad nuestra. Pero las personas no somos islas, estamos conectados a
otras personas, existen vínculos y estructuras. El anterior relato incidiendo
sobre el sujeto y desdibujando el contexto es funcional al capitalismo. Esto
genera grandes niveles de angustia y culpabilidad. ¿Cómo vivir esta situación?
En medio de este contexto es
preciso buscar alguna salida. Acá aparece la conversión como una posibilidad:
“la conversión es la unificación de las personalidades que viven con angustia
la experiencia de la fragmentación” (Manuel Delgado). Es la oportunidad de
acogerse a ella para tratar de exorcizar los demonios de la culpabilidad. El
mundo sigue igual, las estructuras quedan intactas, el sufrimiento se
individualiza y las iglesias consideran que han ganado un adepto. Pero no hay
transformación social. La verdadera conversión cristiana es al Dios de Jesús y
su Reino y no son funcionales al capitalismo.
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