lunes, 21 de agosto de 2017

RADIOGRAFÍA DE NUESTRO ÚLTIMO FIN DE SEMANA

Iquitos, 21 de agosto de 2017

Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas


Masusa es el puerto fluvial de Iquitos. Este fin de semana nos encontramos con un adolescente “endemoniado” y otra adolescente que se ahorcó hace 8 días. Desde 2016 las madereras, que están afincadas en Masusa, sacaron sus desperdicios de madera y rellenaron las calles, con permiso de las autoridades, por supuesto. Echaron una capa de tierra encima y listo. En la última creciente se podía caminar por la calle, aunque los bajos de las casas estén llenos de agua. Los caños están taponados y no hay desagües. Se ha invisibilizado el problema. No se recoge la basura, excepto en la calle principal que lleva al puerto. Nos hemos encontrado niños que no acuden al colegio, aunque son más los adolescentes que abandonan los estudios. Los locales de inicial en Masusa no cumplen los requisitos mínimos: falta de espacio, hacinamiento. Debajo de un establecimiento de salud en Masusa se acumula el agua estancada y la basura. El jueves 17 se reunió una de sus juntas vecinales. Cuando pasamos por ahí estaban discutiendo sobre el serenazgo. Hay un puesto policial, pero no sirve para nada. Continúan vendiendo drogas, pero ahora delante de la policía.

Foto tomada de internet

Son personas increíblemente “fuertes” que les suceden acontecimientos duros, muy duros, y merecen más atención. Sería conveniente buscar personas resilientes y fortalecerlas. Somos conscientes que aunque escribamos sobre ellos difícilmente cambiarán las condiciones en las que viven. El lenguaje sobre “endemoniados” esconde asimetrías de poder y explotaciones de todo tipo. Decodificar estas situaciones permite intervenir. Rezar lo complementa. En el pensamiento indígena, cuando una persona está aislada y/o debilitada es fácil que sea visitada por espíritus que le invitan a transformarse: convertirse en otro espíritu (pasando por la muerte). Por eso es fundamental el contacto con humanos, afianzar la perspectiva humana. El suicida ha completado la transformación. Por eso hay que intervenir antes. Lo más probable es que esta nota no cambie nada, pero que no quede por lo que a nosotros respecta.

Haremos un pequeño repaso de este fin de semana pasado: viernes 18, sábado 19 y domingo 20 de agosto de 2017. Comenzaremos por el viernes 18. Como todos los días, comenzamos rezando laudes a las 6.30 a.m. Concluyendo el rezo nos hemos puesto a ver las noticias, el día anterior fueron los atentados en Barcelona. Habíamos quedado con un amigo en las Malvinas, distrito de Punchana, para ir a bendecir su casa pronto en la mañana. Con las noticias de los atentados se nos pasó la hora y a las 8.00 a.m. nos llamó, por si nos  habíamos olvidado. Inmediatamente nos movilizamos y llegamos a su casa pidiendo las disculpas del caso por la tardanza. Saludamos a la familia, conversamos un ratito y pasamos a bendecir la casa. Nuestro amigo, un profesor, nos invitó a desayunar: un pescado asado con plátano, yuca y cocona. Exquisito. Conversamos un poco de todo, de la huelga de profesores y de los atentados en Cataluña, entre otras cosas. Con esfuerzo nuestro amigo profesor consiguió refaccionar su casa. Estaba satisfecho y nos alegramos con sus éxitos personales. Regresamos a casa y continuamos con nuestras inquietudes: uno de nosotros, estudiando al pueblo kukama en los s. XVII y XVIII; otro, preparando unas clases sobre teoría decolonial (aunque sin práctica, lo decolonial es un brindis al sol). Los cristianos neotestamentarios realizaron prácticas decoloniales en el imperio romano. Cuando olvidamos estas experiencias podemos convertirnos nosotros en explotadores, como en el “descubrimiento”.

Al poco de estar realizando nuestras tareas llegó un conocido de Masusa pidiendo agua bendita e invitándonos a visitar a un “endemoniado en Masusa”. No le aceptamos porque teníamos concertada una visita con gente del Marañón en media hora. Quedamos en visitarlo por la tarde. Así que nuestro amigo se fue llevando el agua bendita. Y en 15 minutos regresó con el endemoniado y dos de sus primas. El “endemoniado” es un muchacho de 13 años que había gritado en su casa y tenía una fuerza descomunal. Viéndose superados buscaron apoyo trayéndolo a la parroquia. Los padres del muchacho se han separado en diciembre pasado, la mamá se ha ido con otro hombre. El papá trabaja en Masusa de estibador, un trabajo muy duro. Como consecuencia de la separación de sus padres, el muchacho no pudo matricularse este año porque en el colegio no paran de pedir dinero para copias, trabajos, cuadernos, lapiceros… Y no hay oportunidad. Se quedó en segundo de secundaria. Cuando llegaron a la parroquia el muchacho tenía los ojos cerrados y no hablaba. Con paciencia y dedicación el muchacho abrió los ojos, al principio con desconfianza y después con una mirada rápida hizo un barrido para percibir el lugar donde estaba. También conseguimos que hablara, al principio con un tono tan bajo que no podíamos comprender, pero poco a poco fue elevando el tono hasta que se hizo audible. Comenzó con monosílabos hasta que aparecieron las frases muy simples. Se notaba la distensión. Después de un rato elegimos un pasaje de la Biblia (Mc 1, 21-28) sobre un endemoniado y la curación de Jesús. Rezamos el Padre nuestro y el Ave María y con la imposición de manos dimos por concluida la conversación. Se fueron mucho más tranquilos a casa.

© Manolo Berjón 2016. Dibujo de diablo, pintado por una niña de 11 años de Versalles, distrito de Punchana.


La persona del Marañón nos tuvo que esperar más de una hora. Le explicamos la situación y nos comprendió. Nos contó algunas cosas de las comunidades y fue un momento para recordar y preguntar por algunas personas. Fue un momento de intercambio de noticias, algunas gratas y otras sorpresivas.

Cuando estábamos a punto de almorzar llamaron a la puerta y abrimos. Aparecen dos señoras que nos piden ir al hospital de ESSALUD porque una familiar suya está muy grave y “quiere casarse”. Les explicamos que podemos ir a rezar, pero casarse es un poco más complicado porque hay que tener documentos. Insisten en que es una emergencia. Preguntamos si ya está moribunda y nos dicen que no, aunque los médicos no le dan muchas esperanzas. Bueno, hemos ganado un poco de tiempo. Se tranquilizan un poco y es el momento de preguntar si están bautizados. El varón, en Nauta y la mujer en esta parroquia. Nos comprometemos a tramitar las partidas de bautismo y quedamos para las 4.00 p.m. en el hospital. Si encontramos los documentos, para casarlos; si no los conseguimos, iremos a rezar. Así quedamos.

Llamamos por teléfono a Nauta para solicitar la partida de bautismo. La obtenemos. Por mientras también conseguimos la partida de la mujer. Elaboramos el expediente matrimonial. A las 3.30 p.m., una señora nos visita para solicitarnos ir a rezar a una amiga en otro hospital. No le podemos aceptar porque ya hemos quedado para 4.00 p.m. con esta pareja. Le derivamos a la parroquia cercana al hospital donde está su enferma para que le acompañe un sacerdote. Después de terminar el expediente matrimonial nos vamos al hospital. En la entrada los guardianes nos piden abrir la bolsa donde llevamos una Biblia y los utensilios para atención espiritual de los enfermos, incluido un matrimonio de emergencia. Cuando pasamos el control escuchamos que sus compañeros le dicen: “no te pases, cómo le vas a decir así al padrecito”. Y se ríen. Nosotros también nos reímos. Un guardián nuevo que no nos conocía.

La puerta de la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) está llena de gente. Nos presentan al novio. Mantenemos una breve conversación. Le preguntamos si verdaderamente quiere casarse. El novio, nervioso y con mucho dolor, nos dice: “padre, es a la mujer que quiero; llevamos conviviendo 15 años”. Conversamos con las dos mujeres que vinieron al principio a la parroquia para pedir el matrimonio de emergencia, para que ejerzan de testigos. Quedamos en que entraríamos a la UCI el novio, las dos testigos y un sacerdote. La enfermera nos dice que “sólo puede entrar el padre y un familiar”. Le explicamos que se van a casar y sería necesario, al menos, un testigo. La enfermera nos pide que esperemos un momento. Pasados unos minutos sale y nos dice que pueden pasar dos testigos, el novio y el padre.

Entramos. Nos colocamos la ropa y zapatos adecuados para visitar a un enfermo en la UCI. Con la mayor dignidad posible realizamos la ceremonia. Las oraciones oportunas y los novios se cogen las manos. Las enfermeras quedan en segundo plano, también rezan. Terminamos la ceremonia y el novio llora un momento. Es un hombre muy fuerte, pero el momento es tristemente emotivo. Firmamos los documentos del matrimonio. Nos despedimos y salimos.

Regresamos a casa. Es el momento de nuestro paseo. Ahí comentamos las incidencias del día. La gente nos ve caminar por la calle y no comprende que, si podemos ir en motocarro, nos dediquemos a pasear. Pero queremos pasear, necesitamos pasear. Aunque en Punchana no hay veredas ni caminos donde se pueda pasear sin dificultad. Hay que esquivar motocarros, motos y omnibuses, sortear huecos y veredas desiguales.

Regresamos a la casa y nos bañamos para bajar a celebrar la eucaristía de las 7.00 p.m. Comemos algo y a las 8.00 p.m. atendemos a un grupo de catequesis de adultos. Es preciso dedicar tiempo a la formación cristiana. Concluimos y descansamos un rato antes de ir a dormir. Una jornada intensa.

El sábado 19 nos hemos comprometido para celebrar la misa en la iglesia Matriz a las 6.30 a.m. Paramos un motocarro y nos quiere cobrar S/. 4.00, así que decidimos no subir, dejar ese motocarro y pedir otro. Enseguida llega otro motocarro y nos lleva por S/. 2.50. Está bien que seamos blancos, pero eso no nos parece un dato sustancial para que nos quieran cobrar justo el doble que a otra persona con rasgos más amazónicos. Regresamos en ómnibus: la velocidad que alcanza parece un formula 1 y los huecos de las calles nos hacen saltar en el asiento, no precisamente de alegría. La música a todo volumen no parece preocupar a nadie en el ómnibus, nuestros oídos están espantados.

Desayunamos y nos vamos al hogar de menores de varones. Como todos los sábados rezamos una media hora con los muchachos. Hace 3 años, cuando comenzamos a visitarles era difícil, ahora nos hemos ido acostumbrado unos a otros. Se trata de respetar, de leer un pasaje bíblico, reflexionar un poco y pensar sobre nuestra propia vida. Rezamos y concluimos imponiéndoles las manos, y los niños a nosotros: para recibir la fuerza de Dios. Después visitamos el hogar de menores de mujeres. Acá nos traen siempre una bandeja con agua y una ramita, así que bendecimos a las que desean. Regresamos a la casa y nos ponemos a estudiar.

Llaman a la puerta. Nos visita una persona que quiere saludarnos. Nos regala un champán amazónico. Al poco tiempo llega otra vez el “endemoniado”. Lo trae en brazos su prima de 14 años, pero que parece más mayor. Comenzamos a conversar. El muchacho llega después de una crisis. Poco a poco abre los ojos y comienza a conversar con monosílabos. Las primas nos narran ligeramente su vida. La de 14 años también ha sido abandonada por su mamá el año pasado: “se fue con otro hombre”. Aprovechamos la oportunidad para indicar que no podemos elegir lo que nos sucede, pero sí cómo afrontarlo. No podemos elegir que nuestra mamá se quede en casa. Pero podemos elegir deprimirnos y hundirnos, o salir adelante, como la prima. No es fácil, duele mucho, pero nos pareció un ejemplo cercano al muchacho. Su otra prima estudia en el Tecnológico. En un lugar como Masusa es digno de resaltar cuando una señorita consigue estudiar. Otro dato fundamental de personas que luchan denodadamente para salir adelante. Decidimos aprovechar la resiliencia de sus primas para indicar al muchacho la necesidad de pelear la vida. Después de un rato de conversación, terminamos rezando. Les prometemos que iremos en la tarde a visitarles.

Llega la hora del almuerzo. Durante el descanso recibimos una llamada de Nueva Alianza, en el Marañón. Nos cuentan más del derrame de petróleo en julio 2017. Les asesoramos y preguntamos por algunos conocidos. Son personas muy importantes para nosotros. En la tarde visitamos de nuevo el hogar de menores, en la sección de madres adolescentes. Están a punto de salir para realizar un baile en un lugar público de la ciudad. Rezamos brevemente. Nos preguntan si es pecado pintarse. Varias de ellas se han pintado los labios y los ojos. Contestamos que no y que deben bailar bien para que todo el mundo les aplauda. Se ríen. Salimos del hogar y regresamos a casa. El espacio que habitan es reducido y hay hacinamiento, no tienen lugar para que jueguen sus hijos. Pareciera que los jueces aparcan en el hogar a los adolescentes, sin preocuparles lo que allí sucede.

Foto tomada de internet.

Nos preparamos para ir a visitar la casa del “endemoniado”. Al  llegar le vemos jugando vóley con sus primos. Lo cual es una excelente noticia. Llamamos a la casa y nos recibe una señora que está expectante, sabe quiénes somos pero no nos conoce. Comenzamos una conversación de presentación. Se acercan los niños y bromeamos con ellos, porque nos remedan. Hacemos alusión al paucar, un pájaro que imita sonidos. Todos nos reímos. Después de un rato hacemos una ronda de juego-presentación. Les invitamos a rezar y bendecimos la casa. La casa es pequeña pero bien ordenada y limpia. En una habitación están amontonados muchos cubos. Los utilizan para recoger agua, en esta zona no hay agua potable, la tienen que comprar. La señora, tía del muchacho, nos invita a una gaseosa y comienza a comentarnos su relación con una parroquia en el lugar donde ella vivía anteriormente. Se nota agradecimiento. Cuando estamos para salir nos regalan dos trozos de cake. Es evidente que conciben nuestra presencia y bendición de la casa como una protección. No pensaban que cumpliéramos nuestra promesa de visitarles.

Continuamos caminando. Nos llaman para invitarnos a un vaso de chicha. Declinamos la invitación, pero retrocedemos y, aunque no tenemos sed, aceptamos para no rechazar la oferta. Nos invitan porque es una forma de pedir la bendición a Dios y que recemos por ella y su familia. Conversamos un ratito sobre el negocio. Está bajo, de hecho la mujer que nos invita sólo hace comida los fines de semana. Le agradecemos y nos despedimos. Continuamos caminando por Masusa, cuando una rata, del tamaño de un dromedario, sale a pasear por la vereda. La calle está abarrotada de gente, la rata está acostumbrada. Regresamos, nos bañamos y bajamos a la misa. Los sábados por la noche acompañamos a un grupo de universitarios, pero esta noche nos avisaron que tenían otra programación. Vemos un rato televisión y conversamos de todo un poco. Nos vamos a descansar.

El domingo comenzamos con la misa dominical a las 7.00 a.m. en la parroquia. Hoy nos acompaña un joven agustino loretano recién ordenado sacerdote, él presidirá la eucaristía. Mientras esperamos la hora conversamos sobre sus estudios en teología fundamental. Nos cuenta sobre su curso de teología de la creación en diálogo con la ciencia actual y las teorías del big bang, entre otras. Nos narra algunas anécdotas de sus profesores, que son nuestros compañeros y nos reímos. Al concluir la misa solemos acompañar a las capillas de Masusa, pero este domingo es diferente, tenemos un compromiso con la Fraternidad Agustiniana, un grupo de adultos laicos que siguen la espiritualidad de San Agustín. Después del almuerzo regresamos a casa. Descansamos un rato.

Llaman al timbre. Salimos. Dos mujeres. “Queremos hacer hablar una misa de honras”. Esta expresión delata su ascendencia indígena. Les hacemos pasar. Preguntamos por quién vamos a rezar. Nos dan un nombre con dos apellidos blancos. Sin embargo, su fisonomía y su lenguaje revelan su condición indígena. Preguntamos quién era. “Una señorita de 14 años, se ha ahorcado hace 8 días”. Nos sentamos. La mamá se separó de su marido hace años. Como todos los días se fue temprano al mercado para vender pescado. A las 9.00 a.m. le llama una vecina diciendo que su hija se ha ahorcado. Entró en shock. Tuvieron que llevarla a casa. Otra hija de 18 años, y embarazada de 7 meses, encontró a su hermana colgada de la soga. Se subió a una silla y quiso romper la cuerda, no pudo y se cayó. Gritó, acudieron los vecinos, cortaron la soga y la llevaron al hospital. Llegó todavía viva, pero al poco tiempo falleció. El papá se encargó del velorio. La mamá continuaba en shock. Hoy pedían “hablar una misa de honras en su nombre”. Durante esta semana la mamá se enteró que su hija decía que iba a viajar lejos. La distancia, para los indígenas, es una forma de muerte y “viajar lejos” es una metáfora muy utilizada por quien se va a suicidar. 

Un compañero, que ha venido de lejos, nos pidió presidir la eucaristía. Aceptamos con gusto. El evangelio de hoy nos relata el episodio de la siro-fenicia (Mt 15, 21-28). Interpretar el texto bíblico al margen de su contexto social, político, económico, étnico, de género… y reducirlo a lo que médicamente hoy denominamos epilepsia, nos parece desnaturalizarlo. Se le ha colado el individualismo occidental. De esta manera conseguimos que no resuene en nuestro mundo amazónico donde los demonios esconden contextos de exclusión.

Hemos salido a dar nuestro paseo. Regresamos, nos bañamos y celebramos la misa. Después vemos Cuarto Poder y nos vamos a descansar. Esta pretendida radiografía permite ver algunas cosas, otras permanecen opacas.


miércoles, 16 de agosto de 2017

INDÍGENAS URBANOS: una visita a J.T.

Iquitos, 16 agosto 2017

Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas


“He nacido en Masisea, bien lejos de acá”. (Para preservar el anonimato sólo aparecen sus iniciales, pero es un apellido kukama) J. T. tiene ahora 82 años, o al menos eso es lo que él dice (si no es exacto, se le debe aproximar bastante). Su padre trabajaba por allí la shiringa, balata… En la década de los 40 del siglo pasado se vino a vivir en San Antonio de Marupa, una comunidad cercana a Iquitos. “Acá me hice hombre”. Se dedicaba a la pesca y la agricultura, “aunque también sé cazar”. “Me gustaba hacer fariña”, “mi blandona era redonda”. 



Así comenzó nuestra conversación, con una breve presentación de quién somos cada uno de nosotros. Nos habían buscado “para rezarle”. En ese momento no pudimos, estábamos en otra tarea. Cuando nos desocupamos fuimos a visitarle. Vive en casa de su hija. Una casa situada en uno de los asentamientos humanos de Punchana donde habitan la gente de los ríos y la única presencia del Estado se reduce a una caseta de la policía. Una casa humilde, en uno de esos barrios donde no recogen la basura y el olor intenso es doloroso. La casa es humilde y pequeña: de 3 m. x 20 m., pero perfectamente ordenada y limpia. La hija del viejito estaba lavando cuando llegamos. Terminó su faena y se incorporó a la conversación y al rezo. Ella complementó la historia de “mi papá”. Destilaba cariño. El anciano estaba sentado en una mecedora, con sus ojos cerrados. Cuando le dirigimos la palabra, nos contestó con normalidad. Aunque la hija nos decía que, en ocasiones, se olvida, y no les conoce.

Ya hemos indicado que J.T. era buen pescador. Una madrugada estaba regresando de recoger su trampa y observa un deslizador grande que está bajando. Piensa que tal vez quieran comprar un poco del pescado que está llevando a la casa. Se acerca y aparece el espanto: el deslizador estaba bajando al garete (con la corriente), con unos 15 cilindros y todos los hombres muertos. Después de la sorpresa avisa a sus familiares que acuden con prontitud. Deciden recoger un poco de lo que hay en los cilindros: “veneno para matar el pájaro y sembrar la chacra”. Dan parte a la policía de Orellana y después de unas declaraciones se regresan a casa a desayunar. Al día siguiente van a la chacra y esparcen el “veneno para matar pájaro”. Todo tranquilo.

Pasados unos días vienen de nuevo los policías, pero en esta ocasión mucho más agresivos. “El veneno para pájaro” que esparcieron en la chacra, como ya se imaginan, era cocaína. “Eran como bolitas, mi papá lo diluía con agua para poderlo esparcir mejor”. La policía llevó a todos los hombres de la familia. Les torturaron. “Les metían la cabeza en el agua y les picaban con el remo”. Nos ahorraremos los detalles. J. T. pasó 10 años en la cárcel de Iquitos.

Mientras el padre y los varones de la familia estaban en la cárcel de Iquitos la familia se tuvo que trasladar a Santa María del Ojeal, dedicados de nuevo a la chacra. La pesca, una actividad prioritaria de varones, no la podían realizar, excepto anzuelear. “Yo tenía 8 años cuando llevaron a mi papá”. “No me pude educar”, decía la hija. Nuestra opinión era diferente: esta familia tiene mucha más educación que todos nuestros títulos. La sensación de “ser gente”, que dicen los kukama, y que podemos intentar traducir por dignidad, nos embargó durante toda nuestra conversación.

“Mi papá vivió en Santa María de Ojeal hasta cuando murió mi mamá, hace 5 años. Después le traje a vivir conmigo”. Cuando regresábamos en el motocarro nos contaba el yerno del viejito: “tiene más hijos en Iquitos, pero no le quieren ni pasear (visitar)”. Mi señora es quien le atiende. El viejito, en ocasiones, “se hace todo encima”. En casa había un jovencito con síndrome de down. Con muchos menos problemas otras  personas nos deprimimos. La sensación de limpieza, cariño y cuidado mutuo es lo que quisiéramos también para nuestra ancianidad.

“Yo no hablo kukama, pero lo puedo comprender. Mi papá, él sí hablaba. Mi mamá, también”.

El relato de J.T. no es únicamente individual. A través de él se vislumbra el impacto de la historia reciente en los cuerpos del pueblo kukama. Nació en Masisea, en los últimos estertores de la época del caucho, en su segundo boom, en torno a la segunda guerra mundial. [Esa guerra que no fue mundial, pese a su rimbombante nombre, sino occidental]. Esto supuso un desplazamiento, muchas veces forzado, de pueblos indígenas. Este es el motivo de que el padre de J.T. aparezca en un lugar tan lejano al territorio ancestral del pueblo kukama, como Masisea. Pero no es la única huella. Si miramos un mapa, en el departamento de Madre de Dios, encontramos una comunidad y un río denominados Cocama (ahora se prefieren autodenominar kukama).

Podemos vislumbrar el impacto de la cocaína en pueblos indígenas. Lo más terrible es cómo los grandes narcos se pasean abiertamente por todos los lugares cuando muchos indígenas han pasado temporadas más o menos largas en la cárcel. Sería interesante estudiar la población carcelaria de lugares como Iquitos: nuestra hipótesis plantea que están abarrotadas de indígenas.

Vemos también el desplazamiento de familias de los ríos para habitar la ciudad. Pero en las periferias, donde no hay agua potable, ni desagüe, ni los servicios municipales recogen la basura. A la salida de la casa había tres niñas de entre 3 y 5 años jugando con un libro. No tienen clase por la huelga de profesores.

J.T. no puede dormir en la noche. En el día se pasa dormitando. “Me jalan el pie, lo levantan y lo dejan caer sobre la cama. Después me duele todo el cuerpo”. En las noches le visita M. I. (otro apellido indígena) y le molesta. M.I. hace dos años que ha muerto. “Nunca tuve ningún problema con M.I”, nos dice el viejito, “pero ahora me molesta”. Y se hace el silencio. No pudimos comprender por qué M.I. le molesta. Lo cierto es que querían que viniera el padre. Tal vez quiera “confesar”, decía la hija. Cuando le preguntamos, el viejito dijo que no. Pero estuvimos rezando y bendijimos la casa, “para que se retiren los espíritus y no le hagan daño”.

Sólo se trata de sugerir, de indicar, de señalar la importancia de acompañar. Los pueblos indígenas sufren discriminación. Pero se tiende a pensar en indígenas que habitan las cabeceras de los ríos, muy lejos de las ciudades. J.T. nos recuerda la necesidad de pensar en los indígenas urbanos. Y con las tres niñas jugando en la entrada de la casa fluyen nuevos interrogantes. Los indígenas urbanos hace tiempo que vienen planteando nuevos retos que no están siendo respondidos. Por el momento, que quede así.